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Inundaciones, celebraciones, y encontrar sentido: La DANA en Valencia

Foto del escritor: Darcie KhanukayevDarcie Khanukayev

La mañana después de la DANA, salí a las calles de Xàtiva, donde vivo, respirando el aire fresco del amanecer. La lluvia había limpiado las calles y las plantas brillaban de un verde intenso. Recuerdo haberme preguntado cuál era el propósito de las intensas alertas meteorológicas que sonaron la noche anterior. Sólo me bastó un minuto al salir de casa, conectarme con los vecinos, las redes sociales y la televisión para darme cuenta de que algo no iba bien.

Para aquellos que lo han perdido todo—sus hogares, coches e incluso a sus seres queridos—el dolor es inconmensurable. Y, sin embargo, frente a una pérdida tan profunda, esta comunidad ha demostrado un nivel de gracia y solidaridad que me deja sin palabras.
Gente uniéndose en Algemesí, Valencia después de La DANA. Foto por Darcie Khanukayev

Como californiana, me preparé para lo que suponía que ocurriría a continuación: declaraciones oficiales de desastre transmitidas por televisión, acaparamiento de suministros y hashtags como #Inundación2024. Pero lo que encontré fue algo completamente diferente: vecinos sacando cubos de barro de los sótanos, ofreciendo consuelo unos a otros y, de alguna manera, encontrando el lado positivo de sus coches sumergidos, diciendo: «Por lo menos estamos vivos».

Para aquellos que lo han perdido todo—sus hogares, coches e incluso a sus seres queridos—el dolor es inconmensurable. Y, sin embargo, frente a una pérdida tan profunda, esta comunidad ha demostrado un nivel de gracia y solidaridad que me deja sin palabras. Personas que han pasado por lo inimaginable aún encuentran tiempo para compartir una comida, tender una mano amiga y, de algún modo, reír a través de las lágrimas. En California, a esto lo llamamos “resiliencia”, pero aquí en Valencia parece ser simplemente la forma de vivir.

Aquí es donde brilla el espíritu único de Valencia: cuando las aguas retroceden, la vida no solo se reanuda, sino que se celebra. Se cuelgan las luces navideñas y las familias se reúnen. Mientras que una californiana podría sentirse tentada a rendirse y mudarse tierra adentro, la respuesta valenciana es: «Pasadme el cava, que tenemos tradiciones que mantener». No podía evitar maravillarme de la rapidez con la que el dolor de la pérdida se transforma en la determinación de preservar la alegría.

Como forastera, es tentador ver este contraste como algo surrealista: el duelo compartiendo espacio con la celebración. Pero cuanto más tiempo paso aquí, más lo entiendo. La manera española de afrontar las cosas no elimina el dolor; lo honra, negándose a dejar que defina la temporada. Reconstruyen con amor, no solo con ladrillos, encontrando luz incluso en los días más oscuros.



Así que esta californiana encenderá su propia vela durante la temporada navideña, no solo por las personas que hemos perdido, sino por el espíritu de aquellos que permanecen. Abrazaré más fuerte a mis seres queridos, serviré una copa extra de vino para un vecino y daré un agradecimiento silencioso a Valencia por enseñarme que la vida, incluso cuando es difícil, siempre merece ser celebrada.

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